LA NACIÓN – ADN Cultura
- Entrevista a Daniel Pennac
Sábado
4 de octubre de 2008
"YO HE VIVIDO EL FRACASO ESCOLAR"
El escritor francés acaba de
publicar en Europa Mal de escuela, un libro autobiográfico que reabrió
en su país el debate acerca de la educación. Allí, el novelista evoca el
sufrimiento que padeció como alumno y su experiencia como docente.
Por Álex Vicente - El
País
El escritor
francés regresa con Mal de escuela (Mondadori y Empúries), libro
autobiográfico sobre el sufrimiento que experimentan los malos alumnos, que ha
sido un éxito en su país, donde ha logrado reabrir el debate sobre la escuela.
Daniel Pennac ejerció durante un cuarto de siglo el oficio de profesor. Todo
ese tiempo vivió en un departamento situado sobre dos patios de colegio.
"Como un ferroviario que se instalara, al jubilarse, junto a un
apartadero", escribe en su nuevo libro. Hace unos años, su mujer se
enamoró de otra casa en el barrio vecino. "Me vi obligado a
seguirla", cuenta con nostalgia e ironía. Dos rasgos de carácter que le
son propios, como esos lentes circulares y una sonrisa traviesa y juvenil, pese
a que ya tiene 63 años. Pennac tuvo que dejar su amado barrio de Belleville (el
único en todo París que huele a comida china, cuscús y especias indias a la
vez), donde había ambientado la saga literaria de los Malaussène y donde
escribió aquel famoso tratado sobre la lectura que tituló Como una novela .
Se instaló en una acogedora residencia a poco más de seis estaciones de subte,
junto al cementerio de Père-Lachaise, en cuya terraza tuvo lugar esta
conversación, en la mañana de un domingo de verano.
-Desde las primeras páginas, advierte que no ha escrito un libro sobre la
escuela, sino sobre los malos alumnos. ¿Temía ser malinterpretado?
-Quería dejar muy claro que éste es un libro sobre el sufrimiento que produce
el hecho de no comprender. No pretende analizar la institución escolar, sino
ese tipo de dolor, que me parece bastante desconocido. Se suele creer que a los
malos alumnos les da todo igual, pero la realidad es otra. El fracaso escolar
se vive con un gran sufrimiento. Yo lo sé porque lo he vivido.
-¿Cómo se origina ese sufrimiento?
-Por el simple hecho de no entender la pregunta del profesor. Es algo que
empieza a una edad muy temprana y que tiene efectos colaterales: el niño cree
que no encaja en la escuela y desarrolla una especie de rechazo hacia la
institución; la familia se preocupa y no sabe cómo ayudarlo, y el docente lo
vive como un fracaso personal y profesional. Es como una bomba de fragmentación.
-Sin embargo, su tesis sobre el fracaso escolar es que no existe la
fatalidad. Su libro es optimista.
-Sí, porque he logrado que alumnos sin ningún sentido de la ortografía, que
hacían 350 faltas por línea y que desconocían todo tipo de estructura
gramatical, salieran adelante en pocas semanas. Eso te convierte
inevitablemente en un profesor optimista [risas].
-¿Cuál es su fórmula milagrosa?
-He comprobado que podemos curar las malas aptitudes si ignoramos las causas y
nos concentramos en los efectos. Hay que resistir esa tentación natural que
tiene todo joven profesor, que consiste en hurgar en el alumno para descubrir
por qué se le da tan mal la escuela. Lo más fácil es creer que un estudiante es
malo porque sus padres lo sentaron sobre los fogones de la cocina como castigo
cuando era pequeño. Siempre he desconfiado de ese tipo de discursos.
-¿Tal vez porque usted mismo no tenía ningún trauma infantil que justificara
sus malas notas?
-Exacto. Fui un niño relativamente amado, nacido en una familia burguesa, sin
ningún problema particular y ninguna razón psicológica que explicara mi
ineptitud.
-Seguro que por ese motivo ha desconfiado siempre de ese tipo de dogmas.
-A principios de los años 70, los profesores se limitaban a dar sermones a los
malos alumnos; creían que se trataba de un problema moral. En la década del 80,
se puso de moda justificarlo todo por razones psicológicas: los malos alumnos
sufrían una inhibición y se encontraban desestabilizados por circunstancias
personales. En los años 90, la tendencia fue atribuirlo todo a motivos de orden
sociológico: se decía, por ejemplo, que el mal alumno surge de una clase social
desfavorecida...
-¿Y cuál es su tesis?
-El problema está en la forma de enseñar ciertas materias. Muchos docentes
deberían replantearse sus métodos. En mi caso, como profesor de Lengua, tenía
que hacerles entender que la gramática no es un simple conjunto de reglas, sino
el instrumento con el que la humanidad consigue expresar razonamientos y
sentimientos. Que los adjetivos no son abstractos, sino que proceden del deseo
de precisar el significado de un nombre. Que los pronombres pueden esconder
grandes misterios. Si procedemos así, en poco más de una semana el alumno
descubre cosas apasionantes, pero que siempre le habían enseñado de forma
normativa y aburrida.
-¿Todos reaccionan con ese entusiasmo?
-No. La primera reacción siempre es: "A mí todo esto me importa un
bledo". El reto es hacerles entender que la lengua es algo constitutivo,
que sin la gramática no son nada. Que si no adquieren esa caja de herramientas,
sus pensamientos los acabarán asfixiando en el sentido físico del término,
porque no tendrán un discurso estructurado, no sabrán cómo exteriorizar sus
emociones.
-¿Qué efectos ha observado en los alumnos que padecen ese problema?
-La violencia, el autismo, la esquizofrenia, el silencio absoluto y la
estupidez, así como un fuerte deseo de vengarse de la institución y de los
buenos alumnos.
-Siempre se había creído que eran los buenos alumnos los que salían
traumatizados del colegio por las burlas de los díscolos.
-A corto plazo puede parecer así. Pero al final los buenos alumnos terminan
enorgulleciéndose de su trayectoria escolar y confían en ellos mismos más
fácilmente.
-"Siempre he pensado que la escuela la hacen, en primer lugar, los
profesores", escribe. ¿Le parece una opinión generalmente compartida?
-Sí, el papel del maestro sigue siendo determinante y su responsabilidad,
inmensa.
-¿Entonces por qué es un oficio desvalorizado?
-El principal motivo es que los niños de otras épocas no eran clientes, que es
en lo que se han convertido hoy. El profesor que entraba en un aula hace
cuarenta años se encontraba con treinta alumnos que no se planteaban qué
estaban haciendo allí, simplemente lo aceptaban. Hoy se halla ante treinta
clientes consagrados al consumo de bienes materiales: zapatillas deportivas,
iPods y celulares de última tecnología.
-¿Qué consecuencias tiene este nuevo estatus?
-Los niños acaban confundiendo deseos superficiales con necesidades básicas. La
publicidad se dirige a ellos desde que tienen 2 años. Si tienen la desgracia de
que sus padres sean de los que se dejan estafar por esa propaganda que les
asegura que si no les compran a sus hijos un juguete determinado eso significa
que no los quieren, la situación puede volverse desastrosa. Yo les tengo que
enseñar necesidades fundamentales, como estructurarse mentalmente, aprender a
leer y a contar o estudiar las subordinadas. Los deseos del alumno son
antagónicos a esta voluntad: los niños de hoy quieren consumir educación
"a la carta", como quien compra productos electrónicos.
-¿No le parece que su discurso es conservador?
-Lo sé, pero no quiero ser malinterpretado. Yo no digo que el pasado fuera
mejor en todos los sentidos. La familia se estructuraba en torno al silencio,
la soledad mental de los niños era gigantesca y se ignoraba todo tipo de
psicología. Pero el oficio de profesor era algo más fácil, ya que los alumnos
eran conscientes de estar satisfaciendo necesidades básicas en la vida. El
docente era respetado como una persona notable. Hoy gana unos 1500 euros al
mes, cuando sus alumnos pueden conseguir más del doble con cuatro changas.
-¿Pero no cree que este nuevo estatus del alumno podría ser positivo, en el
sentido de que es un sujeto con más autonomía y voluntad propia?
-El problema es que no tiene ninguna libertad. Es un sujeto prefigurado por la
publicidad, que desea por desear. Sé que parezco un poco reaccionario. Pero
cuando los psicólogos me dicen que un niño debe llevar zapatillas de marca o si
no será excluido del grupo, yo me muero de la risa. Entonces pienso que el
comercio nos ha ganado la batalla a todos.
-¿Pero cómo puede la escuela mantenerse al margen de este desenfreno
consumista?
-No puede. Pero puede analizarlo. Puede mostrar los mecanismos necesarios para
desactivar esta ilusión consumista. Es cierto que, como profesor, se necesita
mucha energía, entusiasmo y convencimiento.
-¿Cómo eran los profesores que lo salvaron?
-Sólo tuve tres o cuatro. Uno era una especie de Buda de las matemáticas, que
te hacía descubrir lo que sabías en lugar de recordarte lo que no sabías.
-¿Tres o cuatro buenos profesores
en toda una vida escolar no es una proporción muy baja?
-En Francia existe cerca de un millón de profesores. ¿En nombre de qué gran
injusticia podríamos pedir que todos fueran excepcionales? En todas las
profesiones hay un alto porcentaje de imbéciles y de mediocres. Tres o cuatro de los sesenta que conocemos a lo
largo de nuestra vida escolar es la proporción normal.
-¿Los estudiantes deben tratar al profesor de usted, como se hace en
Francia? ¿Han de levantarse cuando éste entra en el aula, como pide Sarkozy?
-Son rituales de poder que no siempre van ligados a un respeto real. Si nos
limitamos a conservarlos por tradición, el combate está perdido antes de
empezar. Piense que algunas clases parecen un festín de feromonas, que algunos
alumnos cuando vuelven de las vacaciones miden una cabeza más. Hay que
ayudarlos a tranquilizarse. Con el silencio, por ejemplo. Al principio de cada
clase les pedía que se callaran y que escucharan los sonidos de París durante
unos minutos. Quiero creer que los ayudaba a concentrarse.
-Defiende métodos algo anticuados, como el dictado o la memorización de
poemas.
[Risas] -Lo anticuado no es el dictado, sino la forma de llevarlo a cabo. Lo
que propongo a los alumnos es que se construyan una biblioteca mental con
grandes textos literarios, algo que conservarán toda la vida. Cuando me
encuentro con ex alumnos por la calle, se siguen acordando de lo que
memorizaron conmigo. Me recitan cosas, como la primera página de Cien años
de soledad .
-Sorprende su defensa del internado...
-Puede ser una solución para los alumnos que se encuentren en una situación de
fracaso escolar absoluto. No digo que sea un remedio universal, sino que en mi
caso funcionó. Entiendo que las generaciones más jóvenes no lo crean, pero a
veces puede permitir que el alumno se libere de su familia durante un tiempo y
que tenga al maestro como único interlocutor.
-¿Cómo tomaron sus padres su fracaso escolar?
-Mi madre, peor que mi padre, aunque ambos sufrieron mucho. Mi madre tiene 103
años y sigue preguntándome si tengo dinero suficiente, si ya tengo departamento
en París, si algún día me casaré, si lograré salir adelante... Ha fosilizado su
sufrimiento por mí y vive en un tiempo verbal pluscuamperfecto. Mi padre era
más irónico. Cuando me gradué, poco después de Mayo del 68, me dijo: "Para
la licenciatura has necesitado una revolución, ¿debemos temer una guerra
mundial para la cátedra?" Hace unos años encontré una carta que me mandó
cuando me destinaron a la primera escuela. En el sobre había escrito:
"Daniel Pennac, profesor". Al encontrarla, me puse a llorar. Entendí
que lo había escrito con alivio, porque finalmente yo tenía un oficio.
-¿Cuál fue la peor nota que llevó a casa?
-En Francia, los maestros apuntan comentarios con cierta mala fe al lado de la
calificación de cada materia. Una vez me escribieron: "No hay nada que esperar
de este alumno". Me pareció excepcionalmente cruel.